Era una noche cualquiera en la que llovía a mares. La ciudad se encontraba sumergida en una quietud casi imperturbable. Su mente, en cambio, estaba poseída por un indescriptible caos.
Solía enfadarse a menudo con el mundo, y cuando esto ocurría no vociferaba, ni discutía con alguien, ni descargaba su furia en algo; simplemente salía a la calle y comenzaba a caminar sin rumbo por la ciudad. Eso sí, sus pasos hablaban de una ira que no es de este mundo.
La lluvia también parecía enfadada con todos. Se empeñaba en caer con más fuerza y en mayor cantidad. Gritaba que el perdón, para ella, carecía de sentido.
El gesto grave de nuestro transeúnte podría haber asustado a cualquiera. Pronto, paró en seco ante la figura de un hombre vestido de gris, pareciendo entonces recuperar súbitamente la consciencia. Sus pasos describieron una ligera curva con el fin de evitar al desconocido. Éste se lo impidió. En un movimiento seco y brusco le puso la mano derecha en el pecho y exclamó: "¡Lo tenemos!".
En ese momento otras dos siluetas vestidas de igual forma surgieron de la oscuridad y le agarraron fuertemente por la espalda. Uno de ellos le asestó un golpe maestro detrás de la cabeza. Acto seguido, perdió el conocimiento.
Entre los tres lo colocaron en el maletero de un coche con un encapuchado al volante.
-¡Rápido! -gruñó el conductor descubriendo su rostro lleno de profundas cicatrices.
Todos montaron rápidamente en el vehículo, que se perdió prontamente en la noche.
-¿Y ahora qué? -preguntó uno de los hombres sentados en los asientos traseros al tiempo que avanzaban a toda velocidad hacia las afueras.
-Veamos... la nota dice: "Allí donde acaba la luz cada vez encontrarás lo que en verdad tú quieres ver. Guardado con cautela y no pudiendo ser visto a la luz de una vela."- respondió con una mueca de asombro el copiloto.
-¿¡Qué!? -exclamó el de atrás abriendo mucho la boca- ¿¡Y eso qué demonios es!?
El conductor, como retando a sus acompañantes dijo con una media sonrisa: "Veréis chicos... Es un Juego de Letras."
